Hablemos de las mujeres en la ciencia, o
mejor dicho, hablemos de la falta de mujeres en las ciencias naturales y
exactas, y no solo me refiero a la falta de representación de las mismas sino a
la inclusión y participación. Hablemos de la falta de visibilidad de las
personas LGBTTTI en las áreas STEM. Hablemos de estereotipos: del arquetipo del
científico loco, el ingeniero parco, de la mujer muy femenina y boba, del homosexual que no puede ser bueno en matemáticas, de la intelectual machorra….
Mientras que no queda en duda la necesidad de acabar con los
estereotipos, capaces hasta de sesgar libertades y derechos fundamentales, de
la importancia de la deconstrucción del género y conceptos como masculinidad y
feminidad; en la divulgación de la ciencia buscamos también la desmitificación
de la persona que hace ciencia, de quién es y qué hace, de su función en la
sociedad; con todo esto en mente, no puedo plantar un pie en la tierra y
declararme enemiga de “Las Princesas”
sin que esto represente una doble moral en mi discurso, me explico.
La
ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, incluso el arte, son campos que
ya por sí mismos son considerados intimidantes, difíciles, ajenos; son campos
considerados “masculinos” e inasequibles para quien no se ajuste a dicha
narrativa. Parte de empoderar a la población con el conocimiento científico, es
entonces abrir los caminos a todas las personas para que accedan al mismo y
hacer dichos caminos transitables, para
todas, todos, todes.
¿Dónde
entra aquí mi defensa a “Las Princesas”?
Efectivamente, ningún ser humano debe ser educado para ser dependiente, sumiso,
para no tener voz en su propia historia; pero también tiene derecho a ser
cálido, optimista, bondadoso, si así lo quiere. Muchas niñas ya no quieren ser
educadas para ser como ellas y está bien, muchas personas sueñan con ser como
ellas puesto que admiran sus valores o su estética y también está bien. Mientras que para muchas mujeres la imposición
de ese estereotipo ha sido desgarradora, para otras tantas personas es un símbolo
del que se han apropiado, empoderante; mientras que a muchas mujeres se les ha
impuesto ser quienes no son, otras tantas personas han tenido que ocultar
quienes sí son para abrirse las puertas; a fin de cuentas, todas y todos
estamos siendo juzgados y encasillados en algún cajón diminuto, pero eso no lo hace correcto; es tan malo
que “Las Princesas” representen lo
“femenino”, como cerrar las puertas de un mundo de por sí poco atractivo —precisamente a causa de estereotipos— a
quienes se identifican con ello; son tan absurdos los modelos estéticos
hegemónicos como negar la capacidad intelectual —o cualquier capacidad, para
fines prácticos— de quienes los cumplen o pensar que existe alguna relación en
dado caso; es poco productivo intentar colocar a alguna disciplina o algún
talento sobre otro; es inútil catalogar en blanco o negro, azul o rosa, cuando
existe el espectro de color.
Complejos
y multifacéticos somos los seres humanos, nuestra responsabilidad como adultos
es ayudar a la niñez a formar una identidad propia, a mostrar la enorme gama de
opciones que tienen de ser y hacer, cumplir nuestra función de guías y
facilitadores, fomentar la tolerancia y el respeto a las diferencias, a ver el
valor en ellas; impulsar sus talentos, ayudarles
desarrollar todos los matices de su personalidad, y por supuesto, a ser
felices. Estoy segura que a la naturaleza le importa un comino quién la
observe, las puertas del conocimiento deben estar abiertas para quien desee
cruzarlas.
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