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José Antonio Alzate: su perfil crítico y ensayo científico



En otros tiempos, el saber científico y el literario convivían, pacíficamente, muchas veces en el mismo individuo. Pocas líneas antes de cerrar su prólogo para Clases de Literatura. Berkeley 1980 de Julio Cortázar, el filólogo transcriptor de las mismas, Carles Álvarez Garriga nos invita a no preocuparnos sobre la lectura a continuar, «…no hay aquí el especialismo que encamina a saber cada vez más sobre cada vez menos, lo que en el especialista absoluto según Alfonso Reyes puede formularse matemáticamente así:». 

Aventurarse a perfilar a José Antonio Alzate y Ramírez, el personaje que hoy nos ocupa, será un experimento cuyo resultado dependerá de la óptica del observador; su complejidad radica en su multidisciplinariedad, a la cual no estamos acostumbrados en estos días, vaya, como iremos descubriendo, el entendimiento de Alzate iba más allá de lo suficiente sobre una gran diversidad de tópicos pero su virtud no radica sólo en su saber, sino en su empeño por la difusión de los mismos, por establecimiento de un diálogo entre pares en tierras novohispanas/mexicanas. El rastreo de los orígenes de diversas áreas del conocimiento en México nos llevan hacia él: lo encontramos en el nacimiento de la crítica, de nuestro ensayo científico, de la filosofía moderna, de las publicaciones periódicas novohispanas y en el de la divulgación de la ciencia. La dificultad de la aventura no solo radica en la amplitud de sus tareas, sino en la carencia de información sobre el personaje mismo: los datos biográficos sobre el polígrafo son escasos, se sabe poco o nada de su vida tanto pública como privada y se le conoce sólo a través de su obra y de la cual sería justo, un análisis más profundo, desde una perspectiva no sólo histórica y filosófica, sino científica, de la divulgación de la misma y, ¿por qué no?, literaria.

Llamado según el autor que lo estudie, el periodista, teólogo, científico, crítico literario, editor, traductor, hasta médico e insurgente;  nació en Ozumba, Estado de México, en las faldas del volcán Popocatépetl el 20 de noviembre de 1767, sobrino nieto de Sor Juana Inés de la Cruz. Estudió en el Colegio de San Idelfonso y tenía 16 años cuando recibió el grado de Bachiller de Artes, posteriormente, en 1756, se graduó como Bachiller de Teología. Su vocación teológica se vio opacada por su vocación científica. En palabras de Manuel Antonio Valdés, en la noticia necrológica publicada tras la muerte de Alzate: «Las ciencias naturales, las matemáticas, de que adquirió luces nada comunes y profundos conocimientos, fueron desde su infancia los objetos favoritos de sus entretenimientos, dándose a ellas con tanto tesón y constancia, que negado a toda concurrencia pública y retirado siempre a semejanza de los estoicos, solo fue reconocido por sus escritos y de aquellos pocos genios análogos al suyo».
Mereció algunos títulos como correspondiente oficial de la Sociedad Vascongada, del Real Jardín Botánico de Madrid y de la Real Academia de Ciencias de París, siendo además, el primer novohispano en obtener este último título y el único en hacerlo sin haber participado en la “Expedición Botánica al Virreinato del Perú”. Alzate se incorporó a la Academia de Ciencias gracias a su “Mapa geográfico de la América septentrional”, y la historia de su afiliación es la siguiente: en 1769 pudo observarse el tránsito de Venus por el disco solar. Este fenómeno astronómico, entre otras cosas, era particularmente importante porque implicaba obtener datos más precisos sobre las dimensiones de nuestro planeta y de la distancia entre el mismo y el Sol. Desde la Ciudad de México, se observó parcialmente, así que el cabildo encargó a nuestro Alzate —quien tenía un pequeño observatorio astronómico instalado en lo alto de su casa, así que además de los conocimientos, tenía algo de  instrumentación—, y a Ignacio Bartolache —genio al que podríamos considerar análogo al suyo— la observación desde lo alto del edificio del ayuntamiento; mientras tanto, una expedición franco-hispana viajó a la Baja California para realizar la misma observación. Entre los exploradores se encontraba Jean Baptiste Chappe d’Auteroche, sacerdote y astrónomo francés que tuvo la mala suerte de fallecer en la Nueva España. Según algunos autores, un brote de posiblemente fiebre amarilla —mal que Alzate denominó Enfermedad de matlazahualt— surgió en la zona, contagiando a Chappe, quien murió poco después de la fecha de la observación. Al parecer, el francés no dejó muy buenas anotaciones de tan importantes mediciones, pero junto con sus documentos y algunos objetos personales, además de instrumentos, llegó a París una carta de José Antonio Alzate con observaciones sobre la historia natural de esta región (otro tesoro de la historia de nuestra ciencia del que hablaremos en otra ocasión). La Academia dio lectura a los escritos alzatianos y por aclamación, fue nombrado entonces miembro correspondiente.

Criticando al Crítico.

Como ya he mencionado, Alzate ha sido perfilado desde múltiples perspectivas, cada una de ellas desde la muy particular del investigador, resultando una imagen que le ha acarreado bastantes detractores, y no debatiremos aquí la justicia de dicho perfil, pero si es necesario indicar que los resultados son sesgados pues nos empeñamos en evaluar la arista en turno y no la figura completa.

Si conceptualizamos al pensamiento crítico como “resultado de analizar, interpretar y plantear problemáticas acerca de la realidad y sus fenomenologías, generando nuevos cuestionamientos, juicios y propuestas que buscan transformar para bien de la humanidad”, la obra alzatiana satisface a la perfección la definición.

Según él mismo “…se debe formar un análisis, usar una suave crítica, para que todos los lectores adviertan lo útil o inútil”. La autora María Isabel Terán Elizondo ubica los orígenes de la crítica mexicana en el trabajo de Alzate. Se le condena desde el aspecto histórico como “nacionalista”, “poco ilustrado” e incluso “pequeño de espíritu”, cuestionando su valor histórico. Efectivamente se leen entre sus líneas y las escritas sobre él una personalidad me atrevería a decir “molesta”, pero como bien dijo Manuel Antonio Valdés “Es cierto que lo claro, picante y aún inmoderado de su crítica le concitó muchos émulos y engrosó el bando de sus rivales; pero también es cierto que por este medio nos puso a cubierto de la maledicencia de los extraños, é hizo que algunas piezas salieran a la luz plagadas de defectos que en otras circunstancias las obscurecerían, y a la verdad si en una u otra ocasión se hubiera abstenido de promover asuntos odiosos a que no era precisado, y de medir la espada de la pluma con Campeones gigantes, su fortuna hubiera sido más próspera y no se hubieran marchitado los laureles con que se coronaba”. Continúa más adelante Valdés: “Tuvo nuestro Alzate sus defectos, como los tienen todos los Escritores; pero cotejando su número con el de las bellas producciones de su fecundo ingenio, desaparecen como a la vista de las luces del día las sombras de la noche.”

“Censor y polemista”, como se ha denominado, el ojo desde el cual Alzate ejercía la crítica, no es ajeno al de las ciencias duras: fue un rudo combatiente contra el escolasticismo, condenando la falta de veracidad y a la seudociencia —por ejemplo, reconocía el serio daño que las ideas astrológicas hacían en sus creyentes—. A nuestro personaje se le premian tanto como se le condenan las polémicas de las que no dudaba ser parte cuando los eruditos europeos menospreciaban a lo novohispano, que para ser justos, no dudaban de tachar de “inferior”; españófilo pero al fin, con identidad americana, no dudaba en esgrimir la pluma contra aquellos falsos levantados contra el intelecto de este lado del Atlántico, defensor de la técnica e historia natural mexicanas, pero también difusor de los descubrimientos europeos, cuestión que podría ser mal interpretada como incoherencia en su discurso por aquellos no familiarizados o reconciliados con la figura del divulgador del conocimiento.

Alzate se dedicó al ejercicio de las tareas científicas y de ingeniería solo lo justo necesario, y propongo, se evalúe su figura como divulgador científico, labor menospreciada en ese entonces y que sigue cargando a cuestas con una connotación peyorativa. El naturalista alemán —a quien nacionalizamos mexicano— Alexander von Humboldt dijo en su Ensayo político de la Nueva España: “Además, el gusto por la astronomía es muy antiguo en Méjico. Tres sujetos distinguidos, Velázquez, Gama y Alzate, ilustraron su patria á fines del último siglo. Todos tres hicieron un sinnúmero de observaciones astronómicas especialmente de los eclipses de los satélites de Júpiter. Alzate, el menos sabio de ellos, era corresponsal de la academia de ciencias de Paris: observador poco exacto, y de una actividad á veces impetuosa, se dedicaba á demasiados objetos á un mismo tiempo. En la introducción geográfica que precede esta obra hemos examinado el mérito de sus tareas astronómicas, y no puede negársele el muy verdadero de haber excitado á sus compatriotas al estudio de las ciencias físicas. La Gaceta de literatura que publicó por largo tiempo en Méjico, contribuyó muy particularmente á dar fomento é impulso á la juventud mejicana.”

Efectivamente, Alzate incursionó en la minería, astronomía, naturalismo, física, matemáticas, medicina y un largo etcétera, tal vez, “abarcando mucho y apretando poco” como científico per se, pero su labor como difusor del conocimiento es prodigiosa —y cabe señalar que el propio von Humboldt lo citaba como referencia bibliográfica—. José Antonio Alzate y Ramírez dilapidó su fortuna financiando sus propias publicaciones, y, como padre de mi oficio, no dudo de sus buenas intenciones, de lo “noble y universal de sus propósitos” y la auténtica creencia de que el conocimiento científico y su progreso son —en presente— el vehículo a la “felicidad” y bienestar de los pueblos.

Hablante de español otomí, latín, francés y se sospecha, otras lenguas, los escritos y traducciones alzatianos no solo estaban dirigidos a otros eruditos, sino al público en general, probando la utilidad de democratizar el conocimiento científico más de una vez. Sus publicaciones lograron se entablara un diálogo científico entre los literatos de la época, intentó ser tan objetivo como le permitió su propia perspectiva —dispuesto a retractarse si se le corrigiese con hechos, aunque cabe hacer mención de su enorme prejuicio contra el sistema de nomenclatura binomial de Linneo pues prácticamente emprendió una cruzada crítica contra el mismo, producto de su negativa a “sexualizar” a las plantas—, resultó comprender ideas científicas bastante progresistas y quiero subrayar, en sus diarios encontramos la que probablemente sea la primera referencia en una publicación novohispana a la mujer en la ciencia, a la matemática, física y filósofa, Émilie du Châtelet, traductora de la obra de Isaac Newton, a quien reconoció por méritos propios y de nadie más.

Alzate nunca fue funcionario público —el cargo nunca le fue asignado— ni académico, pero contribuyó al bien público y a la educación, mostrándose digno miembro de la República de las letras.

El Ensayo Científico.

Las publicaciones de José Antonio Alzate cumplían con el perfil del “journal savant”, nacido en Francia en el siglo XVII debido a la necesidad de brindar a los miembros de la República de las letras un medio de expresión e información; la extensión de los textos, la periodicidad de las publicaciones y la posibilidad de apertura al debate científico son características del Diario literario de México (1768), Asuntos varios sobre ciencias y artes (1772-1773), Observaciones sobre la física, historia natural y artes útiles (1787-1788) y la Gaceta de literatura de México (1788-1795). Si bien estimulaban la actividad científica en la Nueva España, cosa que buscaba fomentarse pues mayor conocimiento de la naturaleza implicaba poseer los medios para controlarla y explotarla, algo bien sabido por los déspotas ilustrados, la crítica que hacía Alzate le valió la censura y la prohibición de sus periódicos en más de una ocasión.

Habría de hacerse un análisis más profundo no sólo del contenido científico de sus textos —cosa que ya iremos haciendo en este espacio— sino también de la preocupación estética que el autor, dejaba entrever, también tenía.

Según Dalia Valdez Garza, en su Libros y lectores en la Gazeta de Literatura de México: (1788-1795) de José Antonio Alzate, “Alfonso Reyes llama la atención en que durante la era crítica de las letras mexicanas (XVIII- XIX), cuando el interés social de la cultura se coloca por encima del interés poético, se acentuó el tono científico de las primeras gacetas, en tanto que todo lo que aspiraba ser publicado estaba sometido a la censura civil y eclesiástica, y en realidad, para que la prensa periódica pudiera funcionar como instrumento político se dieran unas condiciones en que diera la libertad de pensamiento. Aún así, gracias a la riqueza en las formas de su escritura se reconoce a Alzate como precursor del ensayo en la Nueva España”.

¿Debe existir un trabajo estético en la elaboración de un ensayo científico? Si el ensayo es el género quimérico, hijo incómodo de la literatura, ¿que será del ensayo científico? Mucho podríamos aprender quienes nos dedicamos a la comunicación de la ciencia del trabajo de Alzate: existe un sabor a narrativa entre sus líneas y, según investigaciones recientes (Narrative Style Influences Citation Frequency in Climate Change Science, Ann Hillier, Ryan P. Kelly, Terrie Klinger), el uso de la narrativa en los artículos científicos —al menos en el abstract— conlleva mayor impacto y mejor comprensión de una temática que en primera instancia podría considerarse compleja, que ya carga con el estigma de lo complicado, el mito de lo imposible.

Así, como nos dijo Gaspar Melchor de Jovellanos, “Si las ciencias esclarecen el espíritu, la literatura le adorna; si aquellas le enriquecen, esta pule y avalora sus tesoros: las ciencias rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza; la literatura le da discernimiento y gusto y le hermosea y perfecciona. Estos oficios son exclusivamente suyos porque a su inmersa jurisdicción pertenece cuanto tiene relación con la expresión de nuestras ideas. Y ved aquí la gran línea de demarcación que divide los conocimientos humanos. Ellas nos presentan las ciencias empleadas en adquirir y atesorar ideas, y la literatura en enunciarlas: por las ciencias alcanzamos el conocimiento de los seres que nos rodean, columbramos su esencia, penetramos sus propiedades, y levantándonos sobre nosotros mismos, subimos hasta su más alto origen. Pero aquí acaba su ministerio, y empieza el de la literatura, que después de haberlas seguido en su rápido vuelo, se apodera de todas sus riquezas, les da nuevas formas, las pule y engalana, y las comunica y difunde, y lleva de una en otra generación”.

No desconocemos la fuerza, belleza, elegancia y cadencia en la prosa, cualidades que tampoco son ajenas a la naturaleza misma. Si “el escritor nos devela entre sus líneas la grandeza de su espíritu”, y el científico hace lo propio señalando los secretos del universo, ¿por qué habría de ser tan revolucionaria la idea de que el ensayo científico contenga toda la belleza que la creación humana y la comprensión del mundo contienen?

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