Cada cierto tiempo, una Luna abandonará
la bóveda celeste, se disfrazará de mujer y arribará a la Tierra. Generaciones
de estudiosos de su naturaleza, los llamados “Lunáticos”, han sido burladas por
su juguetón sujeto de estudio, quien se aprovecha de la ceguera humana para
esconder su secreto.
Desde la antigüedad, varios autores –poetas en su mayoría ̶ han observado a la distancia el
comportamiento lunar, logrando recopilar algunos datos generales. El famoso Tratado Biográfico de Esencias Celestes,
publicado en el Siglo XVI por un autor anónimo[1], propone:
«No todas estas Lunas obedecen ciclos de veintiocho días, pues su
comportamiento se rige por la duración de su movimiento dentro de las órbitas
originales propias» (p. 245). Así, la cantidad de rostros que mostrarán durante
su estancia en la Tierra ̶ un velo
sombrío, una promesa, un brillo sempiterno, etcétera ̶ será particular para cada visitante.
Se
han identificado algunas constantes: las Lunas gustan de vestirse de fiesta, pues
según algunas teorías, aburridas de danzar solas o con sus iguales a
perpetuidad, visitan a los humanos con el único fin de disfrutar de su compañía.
Será en alguna celebración donde elegirán a un pobre pero afortunado incauto con
quien formarán una familia. Si bien estas mujeres-astro-espejo podrían o no
tener hijos varones, con toda seguridad tendrán hijas, a quienes educarán con
fidelidad a la tradición terrestre, ocultando su constitución mitad terrenal
mitad celeste, para protegerlas de la soledad que podría generar la
incomprensión de la especie local ante una mujer de carne, hueso y cristal. Las
sucesoras de una Luna jamás tendrán el conocimiento exacto de su biología, solo
una efímera sospecha.
Cuando
su estirpe esté lista, su tiempo en la Tierra habrá llegado a su fin y
regresarán a su lugar de origen. Perder una Luna –aunque se ignore que se tenía
una– es devastador para el ser humano. Su compañero terrenal sucumbirá al
estado que los expertos llaman “ingravidez”, una sensación de caída libre permanente
descrita como un duelo perenne, patología a la fecha incurable, caracterizada
por intensos dolores tratados con altas dosis de Recuerdo suministradas ad libitum.
La
condición astral sólo puede ser soportada por el cromosoma X: la esperanza de
vida de los hijos varones de la unión humano-cósmica es más corta que la del
Homo sapiens promedio. Por otro lado, las hijas de una Luna disfrutarán de una
vida larga, desarrollando mayor resistencia a los pesares en comparación con
sus hermanos; no serán muy prolíficas, tendrán a lo mucho un par de retoños,
pero con seguridad, al menos uno de ellos será mujer.
Quedará
en las nietas poco de Lunas y mucho de humanas, pero una memoria genética astral
las obligará a añorar el firmamento. Estas mujeres de cuerpos celestes, herederas
de la necesidad viajera, soñarán con abandonar la Tierra, portar un disfraz sideral y recorrer
el universo; habrá en ellas algo de espejo, tendiendo a sucumbir ante el amor
de hombres-linterna[2]
quienes confunden su traviesa danza orbital con una conducta veleidosa. Aunque
todas las nietas manifiestan comportamientos lunares, el secreto familiar sólo
le será revelado a la hija mayor de la primogénita de una Luna.
Alrededor
de la mayoría de edad, las memorias de la abuela se manifestarán en el torrente
sanguíneo de la guardiana del secreto y tardarán cerca de una década en permear
cada una de sus células e impregnar su ARN, presentando durante dicho periodo
una sintomatología similar a una infección: soledades, llanto cristalino,
amores nocturnos y necesidad de desvelo; pero una vez que sus neuronas han
asimilado esta herencia, las memorias se integrarán a su mente como propias y
cuando hayan entendido su sino estelar, dejarán a las hermanas pistas ocultas,
revelando en ellas el camino al Cielo.
[1] Algunas fuentes atribuyen la autoría a la
Condesa de Féliciter, sospechosa de tener genealogía lunar.
[2]
Hombres admiradores del Sol. Compensan su falta de bioluminiscencia con
lámparas, focos y hasta velas muy bien ocultos entre brillantes ropajes. Suelen
padecer ceguera al no ser capaces de soportar su reflejo, aunque artificial, en
presencia de una mujer-espejo.
Comentarios
Publicar un comentario