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DOÑA CASANDRA



“Mándase a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas, que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado…”Daniel 3


Le decíamos viuda a la Viuda Rodríguez por cortesía, pues perdió al marido en un conquián, cuando tres policías se lo llevaron tras apuñalar tres veces a sus tres amigos, quienes le arruinaron el juego cuando se dieron cuenta de que le entraba un as de bastos.

     Por su reacción, cualquiera diría que el señor Rodríguez había perdido mucho más de lo apostado, pero los más allegados a su persona sabían que bien era capaz de asesinato, entre otras gracias producto de su no muy fina personalidad, así que considerado persona non grata en la colonia, era más fácil aceptar que el señor ya no estaba entre nosotros.

     A Doña Casandra Rodríguez tampoco pareció importarle tanto qué deparó el azar a su desaparecido consorte, optando en cambio por tomar lo acontecido como señal divina. Se acordó de un inusitado talento que tenía en la secundaria para la cartomancia, y utilizando la misma baraja que le quitó de encima ochenta y cinco kilogramos de marido, se dedicó a las artes adivinatorias para traer el pan a la mesa.

     Al principio tuvo pocos clientes, pero la Viuda Rodríguez bien sabía que para atraer la abundancia no había más que hacer que manifestarla; así que le leía la suerte a quien se dejara: a la vecina que buscaba con desesperación a su gato, al estudiante enamorado, a la cajera de la farmacia que juraba le habían hecho un trabajo; pero la verdadera suerte llegó cuando un compadre del ausente, tratando de ayudar de buena fe a la comadre, le encargó le adivinara los resultados del fútbol.

     Temeroso de ver caer a su equipo de Primera División, se puso muy contento cuando la señora Ramírez, tras una echada de cartas muy profesional, le dijo que el próximo partido lo ganarían con una diferencia de dos goles; fue tanto el entusiasmo, que el domingo siguiente invitó a todos los amigos del barrio a disfrutar del encuentro de los Halcones Verdes de Moroleón. ¡Habrase visto partido más emocionante! Con excelsa participación de ambos bandos, se mantuvo el primer tiempo el empate a nada, pero tras un error del portero rival, quien mancilló su propia portería y una magnífica jugada del “Aguilita Gutiérrez” que llevó a gol en el tiempo de compensación, los Halcones cumplirían con la profecía.

     Tras el partido, el compadre casi se nos ahoga de la alegría con el gordito del taco placero y siendo la dueña de la mano que le aplicó la Maniobra de Heimlich no otra que la mismísima Viuda Ramírez, aquel aficionado al deporte más bello del mundo desarrolló por su salvadora una fe ciega. Religiosamente cada semana le pedía tirara las cartas para adivinar los resultados de toda la jornada, y cada semana acertaba sólo con algunas diferencias de goles en los resultados —pues la adivinación no es ciencia exacta, pero funcionaba bastante bien para conocer al vencedor—, convirtiendo al compadre en ganador de todas las quinielas.

     Milagros como aquel no pasan desapercibidos, pronto la popularidad de la vidente aumentó entre los aficionados a los deportes y las apuestas de la localidad; con sólo oír el silbato dando inicio al partido, los fanáticos encomendaban la suerte de su equipo tanto al Todopoderoso como a la Viuda, haciéndola parte imprescindible de sus ritos de domingo.

     Algunos entusiastas tuvieron la brillante idea de prender con un imperdible dorado una foto tamaño infantil de la señora Rodríguez por dentro del jersey de su equipo, costumbre que aumentó  sobre todo entre los caballeros —y algunas damas— quienes empezaron a notar que el aura mística la hacía ver bastante guapa, ya sin el feo accesorio que la trajo del brazo tantos años.

     La clientela fluía cual agua, superada en cantidad sólo por los adoradores, quienes le hacían llegar todo tipo de flores y regalos, que ofrendaban con la esperanza de ver a su equipo en Liguilla y a la Viuda en el cine, alguna cena, o cualquier otro lado a donde la invitaran.

     Tras tantos años arrastrando un lastre, la adivinadora sólo tenía miras al futuro. Poco le importaban los regalos nacidos del fervor,  no aceptaba más aquello que el instinto le decía era aceptable, lo que era suyo, ganado con su esfuerzo,  para seguir manifestando siempre la abundancia; todo lo demás lo rechazaba y como era de esperarse, entre más negaba, más llegaba.

     Y así, entre tanto advenimiento, apareció Alejandro un día. Sobrino del señor de la carnicería, el joven, en plena flor de la veintena, se metió primero en la cocina de la viuda a entregar la arrachera marinada que con ardor enviaba el tío, para terminar entrando a cuentagotas en el corazón de la pitonisa.

     Recelosa por las experiencias ya vividas, vaciló en dejarse llevar por la pasión despertada por el galanteo del muchacho; le encantaba que él prefiriera otras diversiones diferentes al fútbol, mientras que a Alejandro le fascinaban las ligas mayores. Aunque ahogada en ocupaciones, ella era mujer libre: pronto terminarían el torneo corto, La Liguilla, y ya tendrían la oportunidad de rendirse a sus amores, pero mientras tanto era más sencillo vivir el naciente romance con discreción, compartiendo uno que otro beso furtivo y la ocasional ida al cine.

     Pueblo chico al fin y al cabo, las lenguas viperinas  no tardaron en dar a conocer la noticia de que la bruja de la colonia sedujo al inocente Alejandrito y sabrá Dios a quienes más. Ofendidos, el señor de la tlapalería, el de la pollería y el dueño de la paletería —cuyos avances fueron rechazados por la viuda—, dejaron de consultar con ella los resultados y tras ellos, uno a uno los clientes se esfumaban, pues claro estaba, eso de las cartas eran cosas del diablo, engaños mafufos de la Bruja Rodríguez para estafar al incauto. 

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