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De amor y Leyes de Newton


Recuerdo entre sueños las clases de secundaria, concretamente de Historia Universal, cuando nos hablaban del despotismo ilustrado y nos daban una larga lista de nombres que memorizar. Uno de ellos era el de Voltaire, inolvidable por cortito y raro. Tan simpático apelativo siguió apareciendo en mi vida escolar, en los cursos de filosofía, de literatura, en talleres y en un largo etcétera. Leer a Voltaire es fácil, excelente escritor como fue, sus textos son atemporales, divertidos por su crítica satírica, por su narrativa; leerlo es tan sencillo que un breve repaso a sus Cartas Filosóficas, donde trata desde la religión hasta el teatro, pasando por la filosofía natural, nos recuerda por qué su rostro es el rostro de la Ilustración.

En sus textos sobre ciencias, el filósofo habla de la inoculación, por ejemplo, burlándose de la cobardía de los franceses para insertar  la viruela a los niños para así prevenirles de la enfermedad y hasta la muerte; pero en materia de filosofía natural, su mayor crédito es por lograr la difusión con una prosa fácil y brillante,  de la mecánica newtoniana en Francia.

Mientras que como divulgadora disfruto enormemente de reclutar a Voltaire entre nuestras filas, es mi obligación —y mi placer, no lo niego— dar el crédito a quien también lo merece, pues si el literato pudo desarrollar tan interesante labor de acercar a tantos al trabajo del físico inglés y describirla de forma tan efectiva y sencilla, podemos inferir fue gracias al amor vivió con la más grande experta del trabajo de Isaac Newton en toda Francia.

No es que la memoria colectiva haya borrado del todo el nombre de Gabriele-Émilie de Breteuil, pero infortunadamente, no aparece en los libros de Historia como suele suceder con los nombres de las mujeres en la ciencia. Podemos acercarnos a ella desde otro personaje también olvidado en nuestro sistema escolar: José Antonio Alzate y Ramírez quien hace referencia a esta física francesa por primera vez de este lado del charco en sus Gacetas de literatura de México (en un número publicado en 1768 en  la Nueva España) cuando escribe sobre la Academia de Ciencias de París —a la cual pertenecía como miembro corresponsal— mencionando que «también ha colmado [la Academia] de honores a madama la condesa de Chatelet, por sus excelentes escritos». Uno de los textos a los que Alzate se refiere, tal vez fue «de la naturaleza y propagación del fuego», ensayo con el que fue admitida a la República de las Letras.

Émilie nació en París el 17 de diciembre de 1706, dentro de una familia aristocrática influyente en la corte que solía abrir las puertas de su hogar a los grandes pensadores de la época. Según algunos autores, creciendo rodeada del estímulo intelectual, a los diez años la niña ya era políglota y capaz de agasajar a los invitados al recitar a los poetas clásicos; sus talentos, lejos de ocultarse o inhibirse, fueron celebrados e incentivados por su familia, quienes le ofrecieron una formación integral que incluía todas las formas del pensamiento y el arte, disciplinas a cuyo estudio Émilie se entregó con alegría.

Cuando en 1725 la joven tuvo la edad para casarse, decidió ser práctica al respecto: formar parte de una familia privilegiada le permitiría tener una vida en la que la libertad y el conocimiento no le fuesen negados, así que aceptó casarse con el acomodado Marqués Coronel Florent-Claude du Chatelet, quien pronto entendió las necesidades intelectuales de su esposa y decidió apoyarla en su eterna búsqueda de la verdad y las respuestas.

Gracias a un amigo en común, una Émilie de 28 años y un Voltaire de 39, se conocieron, sintiendo una atracción instantánea dando rienda suelta al ardor, no solo el uno por el otro, sino también a la pasión compartida por el saber.

En aquellos años, el filósofo gozaba de bastante popularidad, pero su escritura lo metía en problemas con frecuencia, sobre todo con la iglesia francesa, por lo que tuvo que mantener un perfil bajo para su propia protección. Siendo la historia de este romance, moderna y francesa, la solución estuvo en las manos del marqués Claude, quien era dueño de una propiedad llamada Château de Cirey —hoy ubicado en una calle que lleva el nombre de la marquesa— que si bien estaba en malas condiciones, era perfecta para convertirse en refugio; Voltaire se ofreció a pagar por los arreglos, y siendo que ya agasajaba a Émilie con regalos materiales, además de los intelectuales,  al marido le pareció buena idea, dejó a los amantes en paz mientras él se entregaba a sus propios amores: la guerra, la comida, el vino y a dar regalos a su propia novia, según era la costumbre.

Se dice que la vida en Cirey fue muy feliz: construyeron una biblioteca de veintiún mil volúmenes, trabajaban todo el día, recibían intelectuales que sólo entretenían en tertulias por las tardes y se mandaban notitas y comentarios sobre su trabajo, el cual discutían al final del día; así que además de la felicidad, la productividad reinó en el castillo, siendo ésta la parte más importante de esta narración. Los filósofos de la época vivían el proceso de romper con el pensamiento cartesiano y adoptar el newtoniano, pero Sir Isaac, creó una obra incomprensible para muchos, tanto por la ruptura con la forma de abordar las ciencias y  la matemática, y por el hecho de que fue escrita en latín. Sabia y versada en todo aquello, Émilie se dedicó a traducir al francés tanto los trabajos de Newton como la obra de Leibniz, y aunque se identificó más con el segundo que con el primero, cosa que conflictuó a Voltaire, la traducción de Émilie de la obra Newtoniana es a la fecha, la traducción canónica francesa, comentada por ella misma principalmente en materia de gravitación universal y prologada por el filósofo, fue publicada hasta 1759, diez años después de la muerte de la científica.

Otros trabajos de Émilie incluyen la traducción al francés de La fábula de las abejas de Bernard Mendeville, comentarios al Antiguo al y Nuevo Testamentos, ensayos de óptica, gramática y de filosofía, como su Discurso sobre la felicidad.

¿Sin la influencia de Émilie, Voltaire habría sido capaz de explicar a las grandes masas, incluso fuera del continente los descubrimientos de Newton? No podríamos afirmar o negar nada con certeza, pero sí podemos, como maravilloso acto de la imaginación, pensar en las tardes y noches de amor al saber en Cirey. 


Referencias

Macarrón Machado, Á. (2009). MADAME DU CHÂTELET, LEIBNIZIANA MALGRÈ VOLTAIRE.

Molero Aparicio, M. and Salvador Alcaide, A. (n.d.). Châtelet, Madame de (1706-1749).




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