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Quince años cuenta la gentil María,
y ya su frente virginal empaña
algo como la sombra oscura y triste
de hondos pesares que en el pecho
guarda.
No es del amor envenenado dardo
el que su joven corazón traspasa,
ni hay en su alma virginal y pura
un mal recuerdo de su edad pasada.
Siendo el tesoro de su hogar más
caro,
ella es la rosa perfumada y blanca
que a los halagos del amor materno
suave perfume en su redor exhala.
¿Por qué, entonces, sus labios ya no
ríen
con la alegre sonrisa de la infancia,
ni sus mejillas pálidas coloran
las frescas rosas de su edad
temprana?
¿Por qué su boca juvenil se pliega
con la expresión de una sonrisa
amarga?
¿Por qué pierde el encanto de sus
ojos
al sombrío fulgor de su mirada?
¿Por qué su cuello de jazmín se
dobla?
¿Por qué se inclina su cabeza
lánguida,
como al calor de riguroso estío
dobla su tallo la azucena blanca?
Pobre mujer, para soñar nacida,
ángel precioso de ligeras alas,
tocó la triste realidad con ellas,
¡y al levantarse las halló pesadas…!
Al desplegarse los azules velos
que cobijan los sueños de la
infancia,
vio dibujarse los contornos vagos
del horizonte que soñara su alma;
bocetos de visiones vagarosos,
perfiles de bellísimos fantasmas,
contornos de avecillas y de flores,
murmullos de caricias y plegarias,
todo un mundo de luz y de armonía,
todo el cielo forjado por un alma,
que se inspira tan sólo en el
recuerdo
de su grata niñez, serena y cándida,
y sus cuadros hermosos ilumina
con la luz y el color de su alborada.
Y al reclamarle al mundo la promesa
que le fingió la voz de su esperanza,
al vivo resplandor que despedía
la luz que en su interior iluminaba,
vio flotar en las sombras del vacío
el abismo infinito de la nada…
Mas como el alma femenil parece
rueda movible de incansable máquina,
que obedeciendo en incesante giro
a los impulsos de una fuerza extraña,
busca al girar un invisible objeto
en que dejar su actividad empleada,
así el exceso de alma de María,
que por emplear su actividad batalla,
“No he de vivir en la inacción”, se
dijo,
“porque la estrella de mi fe se
apaga.
Si en la hermosa región del
sentimiento
que mi destino de mujer marcara
se dobló marchitándose el capullo
de la pálida flor de mi esperanza,
¡es preciso buscar por otra senda
otro sol y otro cielo para mi alma!
¿Quién ha dicho que al hombre sólo es
dado
cruzar la senda de la ciencia vasta,
para regar después en su camino
la luz fulgente que la ciencia mana?
¿Por qué no tiene la mujer derecho
de abarcar con la luz de su mirada
los misterios que al sabio se revelan
y al ignorante la creación le guarda?
Dios hizo al hombre, se repite el
hombre,
para amar y servir la soberana
causa primera que los mundos rige,
al Gran Autor de la creación humana;
¿no dijo Dios también: ‘Yo doy al
hombre
otro ser de su ser, alma de su alma,
de su misma costilla le he formado,
compañera le doy, y no vasalla;
que rija el hombre, que domine el
mundo
y que con ella sus dominios parta’?
Amar a Dios es el deber primero
que a respetar la religión nos manda;
y entre los seres que la tierra
pueblan,
¿quién puede ser el que mejor le [sic] ama?
¿El ignorante que a su Dios ignora,
o el que sabe admirar sus obras
magnas?
¿No ha dicho el hombre a la mujer:
‘Sé buena,
porque en ti es la bondad encanto y
gracia,
derrama entre los tristes el
consuelo,
enjuga con tus manos nuestras
lágrimas,
sé más fuerte que yo, para ser buena,
ve tu debilidad en tu ignorancia,
he ahí la senda de la ciencia,
síguela,
porque el saber con la virtud se
hermana’?
Si perdió el corazón desfallecido
de su propia ventura la esperanza,
hoy con la fe de la ventura ajena
a luchar valeroso se levanta;
y si no goza el bien que se recoge,
gozará con el bien que se derrama”.
Y como el fuerte gladiador que
emprende
después de una batalla otra batalla,
tomando por escudo su conciencia,
y su sublime abnegación por armas,
quiso hacer de la niña soñadora
la mujer por la ciencia transformada,
que por hacerse buena se hace fuerte,
y para hacerse fuerte se hace sabia…
¡Pobre mujer para soñar nacida!
Creyendo que sus sueños abjuraba,
su fantástico mundo de quimeras,
cambiando por un mundo de fantasmas,
de su sed insaciable perseguida,
por su mismo deseo alucinada,
tomando por oasis los mirajes
que en el desierto de la vida vagan,
al erial de la ciencia le pedía
el rico manantial que ambicionaba…
Ignoraba la cándida María
que del mundo el inmenso panorama
a través del anteojo de la ciencia,
sólo tristeza y desencantos guarda.
Que es a veces la ciencia microscopio
que suele descubrir a las miradas
tan horribles fealdades de las cosas,
que la razón y la conciencia empañan.
Por eso cuando supo que ese cielo
que por alfombra del Señor tomaba,
ni era alfombra de Dios, ni de los
ángeles,
ni de oro, ni de rosas, ni de nada;
y cuando supo que en la tierra había
otras mil cosas que la vista halagan,
que fascinan y atraen desde lejos,
y que nunca se tocan ni se alcanzan;
y cuando llena de insensato orgullo,
fue de la Historia a recorrer las
páginas,
para ver si aprendía de memoria
los grandes hechos de la raza humana,
y en lugar de grandezas vio
ruindades,
y en todas partes crímenes y
lágrimas,
sintió que del dolor entre las
sombras
se iba envolviendo el corazón y el
alma;
fue perdiendo el encanto de sus ojos
al sombrío fulgor de su mirada,
se plegaron sus labios juveniles
con la expresión de una tristeza
amarga
y dobló melancólica la frente
de ideas calcinantes abrumada…
Dolores Correa Zapata
El canto I se publicó íntegro en Violetas del Anáhuac. Año I. Tomo I. Núm. 30. 1 de julio de 1888. pp. 358-359.
Transcripción: Haydeé Salmones.
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